Época: Oceanía
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 1900

Siguientes:
Objetos artísticos
Arte del Sepik (N. Guinea)
El arte de Nueva Irlanda
Formas artísticas de la Micronesia
Arte polinésico
El arte maorí
Arte australiano



Comentario

Resulta difícil detectar cuáles son los símbolos, las imágenes o los rasgos comunes en esa gran variedad de sistemas de representación que constituye el arte oceánico. La diversidad cultural de las islas y de sus creaciones visuales desafía cualquier intento de clasificación. En una misma isla suele haber tradiciones artísticas muy diferentes, lo cual no excluye que en determinados lugares aparezcan estilos con tan fuerte personalidad que resultan inconfundibles: tal es el caso del estilo malaggan de la isla melanesia de Nueva Irlanda o el maorí de Nueva Zelanda.
Sin embargo, resulta evidente que en sus representaciones se da preferencia absoluta a dos temas: la figura humana y el pájaro. El pájaro, como símbolo, aparece constantemente en el lenguaje, en los mitos, danzas, canciones y en el arte visual. Sin embargo, el simbolismo está en la especie, no en el género.

En la representación de la figura humana se hace evidente el carácter marcadamente antinaturalista del arte oceánico. Es característica su tendencia a modificar las proporciones y los rasgos humanos mediante la simplificación de sus formas, creando estereotipos, a veces fantásticos, en los que se pierde en veracidad, pero se gana en valores emotivos. No producen la impresión de que se haya tenido la más mínima intención de imitar las formas humanas, pese a que los tallistas estuvieran capacitados para ello, como demuestra la escultura animalística del Sepik, Salomón y Tahití.

Lo que interesa de la figura humana es que sea la representación de fuerzas sobrenaturales, y ello se consigue plenamente mediante la acentuación de determinados rasgos, como la cabeza o los ojos, el aspecto masivo de sus cuerpos; aunque estén inmóviles, producen una clara sensación de fuerza, de dinamismo y de vitalidad. Un dinamismo auténtico sólo se deja entrever en determinados detalles; y es que, la figura en sí, sólo representa al principio divino en su existencia, no en su acción. Y eso a pesar de que los temas relacionados con estas esculturas son temas dinámicos, como el del proceso de la creación. También el culto a los antepasados supone la veneración de un proceso dinámico, puesto que lo que se venera es la fuerza vital que contenían.

Resulta obvio que, como motivo decorativo, el ojo humano está también siempre presente, enmarcado por un motivo orbital, ovalado, circular, trapezoidal o espiriliforme. Sin embargo, la misma variedad de los materiales empleados afecta y condiciona la diversidad de formas, dificultando su clasificación.

Como en la mayoría de las culturas, el impulso decorativo y de creación de belleza visual, se extiende a casi todas sus formas materiales de expresión, pero especialmente a elementos que tienen connotaciones religiosas. Los sistemas religiosos producen la formulación de rituales, y los rituales necesitan objetos materiales, que les son incorporados. Sin embargo, hay que separar concepto religioso y estilo artístico, ya que pretender explicamos unos cultos mediante unas obras artísticas es un error. Estas no ilustran directamente el complejo corpus de mitos que envuelven. Las esculturas y las pinturas actúan, más bien, como elementos mnemotécnicos, que no revelan fácilmente su mensaje, y menos a los no iniciados.